La Profecía del Héroe - Capitulo 1: La profecía de Esperanza


Todo inicia por el año Doscientos Treinta y Uno, cuando la última batalla Humano-Demonio se llevó a cabo, o eso es lo que ellos pensaban. Siendo propasados en poder militar, los humanos se habían dado por vencidos, esperando su inminente erradicación.
− Es el fin… − Dijo un soldado que se encontraba escondido detrás de una pared mirando como avanzaba el enemigo. – Al fin podré volver a verla… –
Se despidió con una lagrima y una sonrisa.
Anteriormente, la humanidad había resistido los ataques de sus enemigos los Demonios, una cruel raza que no dudaba ni un momento en quitar la vida a un Humano. Esta raza que había aparecido de la nada y sin previo aviso, tenía una apariencia idéntica a un humano regular, a excepción de unos cuernos que salían de su cráneo y su monstruosa fuerza. Aun con la similitud entre razas, estos no parecían sentir el mínimo afecto o empatía por los humanos.
Después de unos ataques que se habían hecho cada vez más constantes, los humanos estaban enfrentando su última batalla. El ultimo batallón que quedaba se encontraba en un fuerte que defendía la ciudad principal de Ingard, algo alejada de este, pero, sin embargo, era la última defensa, si perdían esa batalla, no quedaría nadie para defender.
Sin embargo, el ejercito del reino ya se había dado por vencido, habiendo visto caer tantos de sus soldados, siendo diezmados con sencillez por el enemigo, no podían seguir adelante.
− Yo… ¡Yo no me rendiré! – Grito un joven arquero que se encontraba en una torre vigía. – Mi habilidad con el arco es todo lo que tengo, pero es suficiente para anteponerme a mis enemigos –
Seguido puso una flecha en su arco, estiro la cuerda de este lo más que pudo, cerró los ojos y respiro profundo intentando tranquilizarse; abrió los ojos y miro fijamente a su objetivo, una vez todo listo, dejo salir un suspiro y soltó la cuerda.
La flecha navego a través del aire con rapidez, directo a su objetivo, increíblemente el arquero no mentía, su habilidad con el arco era tal que había acertado al enemigo, directo en la cabeza, haciendo que este cayera al instante.
− ¡Lo logre! – gritó con alegría y asombro – ¡Vamos arqueros, aun podemos ganar esta batalla! –
La moral del arquero estaba por las nubes, cargo nuevamente su arco y comenzó a lanzar flechas a diestra y siniestra. Flecha que lanzaba, enemigo que caía. Siguió derribando enemigo tras enemigo, lleno de entusiasmo.
“Yo volveré… ¡definitivamente volveré a casa! “– Pensaba aquel joven arquero.
Pero algo iba mal, aun viendo las hazañas de aquel joven, ningún otro arquero había seguido su ejemplo, ellos seguían sentados en el suelo, y los soldados que se suponía debían estar protegiendo, se encontraban escondidos.
− ¿Por qué nadie ataca? – Preguntaba aquel arquero.
Fue entonces ahí cuando lo notó, sin importar cuantos enemigos derribara, otros dos salían para cubrir el puesto del caído. Sin importar cuantos derribara… no parecían acabar.
La moral del arquero cayo por los suelos, su deseo de volver a casa cada vez era más distante, cada vez comprendía mejor a aquellos que se escondían. Inclusive muchos de aquellos demonios que había derribado se habían puesto de pie nuevamente, arrancando las flechas de sus cuerpos, rompiendo completamente la moral del joven. El arquero se sentó en el suelo y espero por su muerte, recordando los días de su infancia en los que corría libremente en el campo, recordando a su madre que siempre lo esperaba con una sonrisa… recordando a aquel amor que no pudo ser debido a la guerra.
Las pisadas del enemigo se escuchaban cada vez más cercas, retumbaban tal que las piedras en el suelo temblaban. No importaba a donde miraras había un soldado cubriendo su cabeza, llorando o rezando. Había aquellos que inclusive pensaban en tomar su vida antes de que lo hiciera el enemigo, pero no tenían el valor… después de todo, temían morir.
Cuando las pisadas se escuchaban a unos simples metros, se detuvieron. El sonido desapareció de forma brusca. Eso no alejaba el miedo de los soldados, al contrario, infundía más en ellos. Aquellos que estuvieron cubriendo su cabeza, ahora estaban temblando, los que lloraban ahora reían del miedo y rogaban por su vida, los que rezaban ahora gritaban.
Largos segundos pasaron, pero nada sucedía, solo había silencio.
− … −
Nadie decía nada, inclusive los que gritaban y rogaban se habían callado.
− … −
Después de unos largos segundos que parecían horas, una luz bajo del cielo, resplandeciendo en todo el campo e inclusive dentro del fuerte, cegando incluso a los que se encontraban a cubierto.
− ¿¡Qué está sucediendo!? – Gritaban los soldados confundidos.
Nadie podía abrir los ojos debido a que la luz los lastimaba.
Al cabo de unos segundos, la luz desapareció. El silencio seguía, nadie quería mirar que había pasado, se encontraban a cubierto sin mirar nada más que el suelo o la pared frente a ellos.
− … −
El tiempo seguía transcurriendo, nadie decía nada, nadie miraba fuera, el enemigo no avanzaba.
− ¡No puedo aguantarlo más! – Grito un soldado saliendo de su cubierta. − ¡Por el reino! –
Corrió al campo de batalla nuevamente, desesperado porque la muerte no llegaba a él, simplemente no podía soportarlo más.
− ¡No salgas ahí! ¿Estás loco? – Dijo quizá un conocido, intentando detenerlo.
El soldado que había corrido gritando se había quedado en silencio al cabo de dar unos pasos fuera. Lo primero que pensó el resto de personas fue que el ya había muerto. La forma en que se había callado tan bruscamente infundio más miedo en los soldados, una muerte rápida seguía siendo una muerte.
Los llantos comenzaron nuevamente.
− ¡No quiero morir! – Grito alguien. − ¡Pero no puedo soportar más tiempo aquí! Si he de morir, lo hare peleando –
Más que valor, era el temor de una muerte dolorosa. El que grito tales palabras, salió igualmente al campo de batalla corriendo. Al igual que el anterior guardo silencio a los pocos segundos de salir.
− … −
Nadie tenía el valor para ver cómo habían quedado aquellas personas. El temor los mantenía a cubierta, aun sabiendo que de igual manera iban a morir.
Las pisadas comenzaron a escucharse nuevamente, pero esta vez eran más bajas, como si solo fuese uno de ellos, pero se escuchaba cerca, cada vez más cerca. Entonces algo entro nuevamente a donde se encontraban los soldados. Antes que abalanzarse para atacar, gritaron del miedo…
− No hay… − Dijo sin acabar su frase quien había entrado a con los soldados. Era la persona que había salido no hacía más de unos segundos, su cara era de asombro, se había quedado sin palabras. – No hay nadie allá afuera –
No podían creer lo que escuchaban, sin embargo, aquel sujeto había salido y vuelto sin siquiera un rasguño. No podía ser un plan del enemigo debido a que ellos nunca se habían mostrado compasivos con nadie, eran directos y letales. Pero aun así era impensable que un ejército de tal magnitud se hubiese retirado estando tan cerca de la victoria.
− D-Debe estar mintiendo – Dijo un soldado tartamudeando por el miedo. – Es imposible que no haya nada allá fuera, quiere que muramos con él, ¡nos vendió por su vida! –
Era un tanto tonto lo que decía, puesto que iban a morir de cualquier forma.
En la duda, un grito resonó desde fuera, parecía ser alguien llorando fuertemente ¿Quizá de dolor?
− ¡V-Ven! Se los dije – Seguía tartamudeando y diciendo sin sentidos – Deben estarlo torturando –
Los demonios nunca antes habían demostrado deseos de torturar a los humanos, simplemente se dirigían a matarlos, no de una forma barbárica e inhumana, simplemente de la forma que pudiesen, una vez muertos, dejaban su cadáver ahí mismo, no jugaban ni hacían nada más con él. Una vez cruzo esta idea por la mente de uno de los soldados, la curiosidad le pico, inclusive más fuerte que el miedo que había sentido, quería saber que estaba sucediendo ahí afuera, así que salió.
Entonces lo miro. Un campo de batalla amplio en el cual solo había cadáveres de ambos bandos, pero ningún rastro del ejército. Igualmente, los cadáveres no eran suficientes como para ser los enemigos que estaban atacando hace unos pocos minutos. Lo único con vida ahí era un soldado, que se encontraba llorando de rodillas.
− Gracias dios… Gracias… − decía cubriéndose el rostro ante la milagrosa situación, las lágrimas traspasaban por sus palmas – Podre volver a casa… seré una persona buena desde ahora… Gracias dios… –
Los “Gracias” siguieron durante un buen rato, el soldado no podía creer que había sobrevivido a aquella batalla, era algo simplemente increíble.
Después del soldado que salió a mirar que pasaba, siguieron unos cuantos más. Cada uno que salía y miraba lo sucedido, caía de rodillas y daba las gracias. Inclusive el arquero que se había rendido se encontraba llorando de la felicidad.
− Mamá… Volveré a casa mamá… − Decía para sí mismo, limpiando su rostro.
Entre llantos y voces de alivio, alguien se percató de algo inusual, inclusive más que aquella increíble “Victoria” por así decirlo.
Al centro, a lo lejos de donde ellos se encontraban, había una gran roca siendo iluminada por una radiante luz. No paso mucho tiempo hasta que los demás comenzaron a notarlo. ¿Una trampa del enemigo? – Se preguntaban algunos. Pero no había forma de que ellos manipularan la luz de tal manera que se proyectara solamente sobre aquella roca.
El soldado más valiente entre ellos se acercó a la roca, y noto algo inusual en ella, más que la luz siquiera. Esta tenia grabada unas palabras, estaban grabadas tan perfectamente que no parecían haber sido grabadas a mano. En ella decía lo siguiente:
“No pierdan la esperanza. Si buscan la paz de corazón, es seguro que la encontraran. Peregrinen por los pueblos la paz y se hará realidad. Es seguro que la alcanzarán y serán guiados hacia un mundo de paz y esperanza, en el cual habrá prosperidad durante el resto de los años. Un hombre, una mujer; un niño o un anciano, él o ella se presentará cuando llegue el momento. Y cuando llegue ese momento, serán salvados. “
La luz que se había llevado a los enemigos consigo, y la piedra que había aparecido en el campo… todo parecía ser parte de una señal, una señal divina, como si dios hubiese escuchado sus plegarias y en un acto de bondad o compasión hubiese eliminado a sus enemigos. Dejando la roca como señal de su poder, con el grabado para alentarlos a seguir adelante.
Conmovidos por tal escena, los soldados rezaron y dieron las gracias a dios frente aquella roca. La batalla había terminado, la humanidad había sobrevivido… ¿Pero por cuánto tiempo más? Eso era lo que menos les importaba en ese momento.
Una vez terminaron de rezar, trazaron rumbo hacia la ciudad principal del reino de Ingard, irónicamente llamada “Ciudad central”, y como era de esperarse, pensaban llevar consigo aquella roca.
La roca, al mencionar que alguien se presentaría y serian salvados, lo interpretaron como una “Profecía” divina, algo en lo que depositar su esperanza por un futuro brillante, un futuro de paz.
Antes de partir debían preparar todo, para su suerte, en el fuerte había unas carretas, suficientes para transportar los cadáveres de los que habían muerto, y en los establos quedaban algunos caballos para acarrearlas. En cuanto a la roca… decidieron atarla con cuerdas y entre todos los que pudiesen, arrastrarla hasta la ciudad, como un tipo de prueba y pago por lo que había hecho por ellos. Una forma de verlo un tanto extraña.
Una vez todo listo, partieron hacia Ciudad Central.
Ciudad central, la ciudad principal del reino de Ingard, regularmente llamada simplemente “Central”. En un pasado esta ciudad había sido concurrida por todo tipo de personas, debido a las famosa por las instituciones de aprendizaje que se habían formado ahí; las academias para aspirantes a caballeros, donde les enseñaban hasta lo más básico para ser un buen espadachín; y lo más famoso, su gran bazar, en el cual podías encontrar cualquier cosa siempre y cuando estuvieses dispuesto a pagar por ello. Aunque todo eso… había quedado en el pasado.
Central era ahora simplemente una ciudad en la cual se refugiaba la mayor parte de sobrevivientes de ciudades vecinas. Dado que las demás ciudades y pueblos habían sido arrasados por el ejército de demonios, las personas no tenían otro lugar a donde ir. El Rey en un acto de amabilidad, permitió la entrada a todo aquel que buscara refugio en central y a su vez reforzó la seguridad de dicha ciudad. Esa era una de las razones por las cuales el pueblo amaba tanto a su Rey.
Central se conectaba por diferentes entradas a las demás ciudades, siendo estas custodiadas por unos cuantos guardias que tenían como trabajo regular la entrada y salida de bienes, así como de personas. Aunque en esos momentos, las puertas estaban completamente abandonadas y abiertas.
El Rey antes mencionado, soberano que regía sobre Ingard, había muerto anteriormente en batalla. Solía decir que no podía quedarse sentado en el trono mientras sus soldados caían en el frente de batalla, por lo cual solía participar en las disputas, siendo este una pieza clave, puesto que no era Rey solamente por su linaje real, él era también un habilidoso combatiente, demostrando un gran manejo no de la espada, sino de un hacha mano-doble que podía ondear con sencillez aun siendo está muy pesada. Sin embargo, eso no fue suficiente.
Una flecha perdida del enemigo cruzo el campo y fue a parar directamente en la cabeza del Rey, matándolo instantáneamente en el momento que se encontraba distraído peleando contra cinco demonios a la vez. Sin duda fue una gran pérdida para el reino, no solo habían perdido a su soberano, sino que también, habían perdido un gran peleador que equivalía a diez soldados por sí solo.
El reino se mantuvo firme aun después de la muerte de su Rey, puesto que este no gobernaba en solitario, tenía su consejo de cinco ancianos que se hacían llamar los “Sabios”. Que de sabios solo tenían el título y uno que otros trucos bajo la manga. Aun así, ellos eran gente que había servido durante generaciones a los reyes, siendo estos quienes en realmente ocasiones tomaban las decisiones o manipulaban al Rey para hacerlo, de igual manera no tenían malas intenciones, solo guiaban a su Rey por un buen camino y a la decisión que se podría decir, era la correcta.
Fue gracias a ellos que el reino no cayó inmediatamente, puesto que después de la muerte del Rey idearon un plan para que el pueblo no sospechara y entrara en pánico. Debido a que ya eran personas de renombre y con influencia, dijeron que el Rey había caído enfermo, inhabilitándolo para recibir audiencias, dejándolos a ellos para cumplir ese papel. Una jugada un tanto astuta por su parte, no era que buscaran el poder exactamente, si no que ellos, al igual que todos, anhelaban la paz y pensaban que el reino no debía caer aún.
Dicho eso, los sabios igualmente no eran estúpidos, sabían que la batalla final se había estado librando desde hace un tiempo, teniendo como ultima defensa aquel fuerte y que posiblemente, aquel día iba a ser el último. En un acto de compasión pidieron que todo aquel que supiese algo de la muerte del Rey y la situación en la que se encontraban, guardaran silencio, tenían estrictamente prohibido armar revuelo en las calles sacando ese tema. Ellos querían que, si las personas iban a morir, era mejor que lo hicieran de una forma rápida e ignorante, no pensando constantemente en que se acercaba el final, pasando sus últimos momentos esperando su muerte. Por eso mismo ordeno dejar las entradas abiertas, nadie lo iba a notar ya que no era usual que las personas rondaran por ahí, menos en tiempo de guerra; y que aquellos guardias que custodiaban las entradas eran libres de hacer lo que quisieran, eran libres de huir de la ciudad o pasar sus últimos momentos con su familia, era completamente su decisión.
Como era de esperarse, una vez abrieron las puertas, huyeron de la ciudad, buscando refugio en alguna otra parte, la mayoría que opto por esa opción eran personas que no tenían familia o ya la habían perdido. Por otro lado, había quienes decidieron quedarse en la ciudad, no cubriendo las entradas, si no acompañados de su familia, habían llegado a la conclusión de que era inútil huir, así que era mejor pasar un día tranquilo con sus hijos o esposas.
Sin embargo, hubo dos personas que tomaron la opción que nadie esperaba. En la entrada norte se encontraban dos guardias, los cuales ya habían cumplido con su deber de abrir las puertas, pero se habían quedado en caso de que llegaran enemigos, defender. Aunque solo uno de ellos había decidido por su cuenta, mientras que el otro, acompañaba a su amigo en su deseo de luchar hasta el final.
Había pasado un buen rato desde que la batalla en el fuerte externo había terminado, de lo cual nadie tenía información en Central. Por lo cual no fue de extrañar la sorpresa de los guardias al mirar acercarse personas a lo lejos. No podían distinguir si eran aliados o enemigos, debido a que los humanos y demonios no eran tan diferentes físicamente y bien, los cuernos podían cubrirlos con algún objeto y era difícil distinguir a la distancia.
El guardia que había decidido quedarse se puso en pie, puesto que había estado haciendo guardia sentado. Tomo su escudo y espada y se paró en el centro de la entrada.
−Me dieron a elegir como pasar mis últimos momentos – dijo el guardia mirando a lo lejos. − En casa ya no hay nadie que me espere… –
El soldado denotaba una convicción a pelear, habia decidido que hacer con lo que le quedaba de vida.
− Y no quiero reunirme con ellos en la otra vida después de haber huido. Peleare hasta el final, así como ellos lo hicieron –
Dichas palabras era lo que inspiraba a su amigo a quedarse a su lado, el cual se paró igualmente de donde se encontraba sentado, tomo su escudo y espada, y se puso en guardia junto a su amigo.
− Lo mismo que dijo el – dijo el segundo guardia sonriéndole a la muerte.
Dicha convicción fue algo inútil al reconocer al ejército que se acercaba. No era el enemigo, si no sus aliados que volvían de la batalla.
− Aun no es el momento de que nos reunamos, pero espero me reciban con los brazos abiertos cuando lo hagamos – dijo el primer guardia para sí mismo, dejando salir un suspiro y bajando sus armas.
Mientras que, por otro lado, el segundo guardia estaba más que aliviado de no tener que pelear.
Los soldados no venían precisamente destrozados, aun teniendo pocas personas con ellos, sus rostros no reflejaban una derrota. Caminaban a paso lento, pero avanzaban. Unos venían guiando las carretas que transportaban los cadáveres de los caídos, mientras que otros cargaban con heridos.
A pasos cortos cruzaron por la entrada norte, primero los heridos, seguido de los que acarreaban a los muertos. Y ya hasta el final, unos tantos que acarreaban un gran objeto, la roca. Ninguno de los guardias se paró a preguntar que era aquella roca, o bien, porque la acarreaban. Así mismo los soldados no se detuvieron a explicar. Aunque no hacía falta, si la acarreaban con tanto empeño desde un lugar si bien no muy alejado, pero lo suficiente para requerir un gran esfuerzo, debía ser algo importante.
Los soldados llevaron a los heridos a recibir atención medica. Los guardias volvieron a sus puestos. Y los cadáveres fueron llevados a ser identificados por las familias. Mientras que la roca la llevaron a la plaza central de la ciudad Central.
Una vez ahí, la colocaron frente a una fuente de agua. El simple hecho de ser una roca y el ver como la habían arrastrado hasta dicho lugar, atrajo la atención de mucha gente. Aun con eso, un soldado, que parecía haber sido el designado para hablar sobre lo sucedido, subió a la fuente y comenzó a hablar.
− ¡Escuchen ciudadanos! – grito el soldado intentando atraer la atención de la mayor cantidad de gente que pudiese – Esta roca… ¡Esta roca es nuestra esperanza! –
Nadie comprendía a que se refería aquel sujeto, parecían ser puros disparates de un loco. Después de todo… solo era una roca.
− ¡Esta roca es una revelación divina! – seguía gritando sinsentidos. – Estuvimos a punto de morir allá en el frente, los enemigos eran implacables y más que nosotros… pero entonces… una luz resplandeciente invadió el campo y el fuerte, llevándose a el ejército enemigo consigo –
Los sinsentidos que gritaba aquel loco atraía a la gente. Se habia armado una conmoción alrededor de aquella roca. El soldado repetía una y otra vez la misma historia, atribuyéndole el milagro a dios.
Cada vez más gente se acumulaba en la plaza central, lo que atrajo la mirada y atención de los Sabios, que se encontraban dentro del palacio fungiendo el cargo del Rey. No comprendían que era lo que estaba sucediendo, pero si era algún tipo de revuelta debían apaciguarla, así que mandaron a llamar al soldado que gritaba en la plaza.
Lo primero que notaron los Sabios, era que las personas que debían estar defendiendo habían vuelto.
− ¿Qué hacen aquí? Deberían estar cubriendo el fuerte – Reclamo uno de los Sabios. – Aunque… no puedo culparlos si decidieron huir –
Dada la situación, aquel sabio no se sentía en posición de reclamar por nada, mucho menos culparlos por las decisiones que habían tomado.
− La batalla termino – Dijo el soldado. – El enemigo se ha ido –
Los Sabios miraban con curiosidad y no comprendían lo que escuchaban. Hasta no hace mucho ellos se encontraban en gran desventaja, esperando la muerte, y ahora venía un soldado que había estado defendiendo, acarreando una roca y diciendo que la batalla había terminado, simplemente no era algo razonable.
El soldado noto que no había explicado bien la situación, y no era buena idea perder mucho tiempo, así que tomo aire y ordeno sus ideas. Seguido comenzó a contar todo lo que había pasado en el fuerte, el cómo se habían dado por vencidos y todo sobre aquella luz.
Los Sabios escucharon atentamente lo que el soldado les decía. Su historia era un tanto increíble, con muchas cosas sin sentido, tales como el ejército enemigo desapareciendo. Pero no tenían de otra, así que guardaron silencio y escucharon hasta el final.
Una vez termino de contar lo sucedido, el soldado espero la respuesta de los Sabios. Pero ni ellos sabían cómo reaccionar ante aquella situación. Y fue ahí cuando uno de ellos tuvo una idea, demostrándose merecedor del título de “Sabio”.
− Engañemos al pueblo – dijo abruptamente – No lo malentiendan… Hablo de engañar al pueblo para que vuelvan a tener esperanza. –
El sabio “Sabio” no se había explicado bien. Pero tenía una buena idea. Quizá y había creído realmente en aquella historia aun siendo tan incoherente.
La idea del sabio “Sabio” era vincular dos sucesos para infundir esperanza en su pueblo, puesto que esto era lo que buscaban desde un inicio, que la gente no se rindiera y tuviese fuertes deseos de salir adelante, añadiendo el hecho de que en dicha roca hacía mención a que no debían perder la esperanza, y si era una señal divina, siguiéndola quizá y podrían encontrar realmente la paz.
Con la muerte del Rey siendo un secreto que solo algunos conocían, y la mentira que habían usado para mantener a raya al pueblo sobre que en realidad su Rey había caído enfermo, pensó que solamente debían unirlo todo con la profecía de la roca. No podía explicarlo bien, así que pidió lo dejaran hablar al pueblo, confiaba firmemente en su plan. Nadie tuvo objeciones, no era como que hubiera más ideas o siquiera supiesen que debían hacer, hasta hace poco estaban preparados para morir, así que realmente no les importaba que era lo que pudiese pasar. Una vez con la aprobación de los demás Sabios, el sabio “Sabio” convoco a una asamblea en el palacio para dar un “importante” aviso sobre el Rey.
La gente no lo pensó mucho y fue directamente al palacio, entraron los que pudieron, y los que no, escucharon desde fuera.
− Gente de Ingard… − Dijo haciendo una breve pausa. – El Rey ha muerto –
La noticia creo gran conmoción al instante, el Rey que tanto adoraban había caído, la enfermedad lo había vencido. Hubo quienes lloraron al instante y otros que exigían explicación. Pero todo era parte del plan.
− ¡Cálmense! – Grito el sabio – Eso no es todo… ¡Ha sucedido un milagro! –
La segunda noticia más que crear más conmoción, creo duda, el sabio parecía hablar a versos y no podían entender nada.
− El Rey murió postrado en cama… − lo cual era una gran mentira, puesto que el Rey había muerto hacía tiempo en batalla – Y es ahí cuando sucedió el milagro. El Rey que todos amaban, creo un milagro con su partida, antes de morir me susurro unas palabras al oído… −
Antes de que lo volviesen a interrumpir, siguió contando su historia del milagro.
− “No dejes que el pueblo pierda la esperanza…” fue lo que me dijo, seguido a eso, descanso con una sonrisa. – todo parecía ser falso y habérselo inventado apenas hace unos minutos, pero, sin embargo, dada su posición, la gente creía ciegamente en sus palabras. – ¡Y fue ahí cuando ocurrió el milagro! Una luz se postro sobre su cama y elevo su cuerpo, llevándolo directamente a las manos de dios en el cielo –
Había inclusive pensado en una forma de que la gente no dudara o preguntara por el cuerpo de su Rey, diciendo que este había sido llevado directamente al cielo. Por muy falso que sonara, la gente escuchaba atentamente, aun había gente llorando por el Rey, pero seguían escuchando las palabras del sabio.
− Y fue entonces que, en otro lugar, lejos de la ciudad se estaba librando una batalla… una batalla que se había dado por perdida inclusive antes de iniciar. Los enemigos eran muchos más que los nuestros, y quien sea que haya visto a un Demonio sabrá de su poder y de lo que son capaces – La gente aun sin haber ido directamente al campo de batalla, conocían el poder de los demonios debido a que eran sobrevivientes de ataques anteriores. – Esta batalla se estaba librando al mismo tiempo que el Rey estaba muriendo en cama, y la misma luz que tomo al Rey, ¡ilumino al campo de batalla y se llevó igualmente a todo el ejército enemigo sin dejar rastro alguno! –
El sabio “Sabio” había usado el amor que el pueblo tenía a su Rey para atribuirle un milagro, vinculándolo con la irreal victoria sobre el enemigo en el fuerte del norte y a su vez tapando la muerte del Rey que poco había tenido que ver con todo el asunto. Y por increíble que pareciese, el plan estaba resultando muy bien, la gente creía firmemente en sus palabras, sin cuestionárselo ni un poco. Entonces era hora de acabar con todo.
− A su vez, una roca descendió del cielo y se postro en medio del campo de batalla, teniendo está grabada una Profecía, que inclusive ustedes mismos pueden leer aquí mismo – Dijo apuntando a la roca. – Gente de Ingard, ahora yo les pido solo una cosa… ¡crean en la profecía y seremos salvados! Todo lo que tenemos que hacer es esperar a que el elegido llegue, al que el “Héroe” aparezca y nos lleve a una era de prosperidad. –
Fue ahí cuando se hizo por primera vez alusión al Héroe de la profecía.
La gente se inspiraba cada vez más con las palabras del sabio. Eran fácilmente manipulables, aunque quizá y ellos solo buscaban algo a qué atenerse para poder soñar con un futuro, tener esperanzas de que en algún momento todo volvería a estar bien.
− ¡Yo creeré en la Profecía! Así como creí en mi Rey – Grito uno de los ciudadanos que se encontraba escuchando desde fuera. Esto inspiro a los demás a gritar, uno tras otro gritaban “Yo creeré”, añadiéndole alguna variación.
− Así que por ultimo les digo, no tengan miedo y salgan fuera, busquemos al Héroe, quizá y ya está aquí y no lo hemos reconocido, o quizá es el sobreviviente de otro pueblo… − hacia algo parecido a un llamado las armas, pero esta vez era un llamado a buscar al Héroe. – ¡Una vez construimos un gran reino que llamamos Ingard, y lo volveremos a hacer una vez más! –
Inclusive el sabio se había emocionado de más con lo que el mismo predicaba, la esperanza del Héroe entro en todos, motivándolos a buscar un nuevo futuro.
− ¡Yo volveré a mis tierras! Ahí se ha de encontrar – dijo un ciudadano cualquiera.
− Quizá y el Héroe este en camino ahora mismo, montando un caballo alado – dijo otro ciudadano un tanto alejado de la realidad.
− Quizá y… ¡yo sea el Héroe! – dijo un ciudadano, siendo este el más perdido de todos.
El reino se alzaría nuevamente, Ingard renacería desde las cenizas. Siempre y cuando una persona tuviese esperanza, la humanidad no caería.
Entre gritos de alegría y gente soñando con el futuro, alguien hizo la pregunta clave en todo ello.
− ¿Y cómo identificaremos al Héroe? –
Los gritos pararon bruscamente… y hubo silencio en la sala.
− … −
La profecía se cumplió y el Héroe apareció, cuarenta y nueve años después. Siendo reconocido como el Héroe Ciel en el año Doscientos Ochenta. Iniciando una nueva era con su victoria, la era de la prosperidad, que dividió la historia a partir de su victoria, nombrando los años posteriores a esta como: “Después del Héroe” (D.H).

Comentarios

Entradas populares