La Profecía del Héroe - Capitulo 3: El encuentro de los niños


La academia para jóvenes. Una academia en la cual se impartía tanto el arte de la esgrima, como enseñanza general, tales como escribir y leer, para aquellos que habían entrado sin tener estos conocimientos. La academia aceptaba solamente niños, de diez a quince años. Debido a que antes de este margen era más difícil tratar con ellos, y después de los quince, se les consideraba adolecentes capaces de pelear en el frente.
En la academia se impartía solamente el uso de la espada, debido a que era el arma más utilizada dentro del ejército, añadiendo también que no había un instructor para otro tipo de arte. Aunque de igual manera se les impartía clases de Arquería. Siendo estos los dos estilos de pelea más básicos.
La entrada a esta academia era gratuita, sin ningún tipo de requerimiento referido al pago. Debido a esto, la academia estaba repleta de niños, aquellos que habían entrado por cuenta propia y algunos otros que habían sido obligados por sus padres. Fuese como fuese, ninguno destacaba realmente, después de todo, eran simplemente niños.
Spero viajo a Central para unirse a esta academia, ya cumplía con el único requisito, el cual era tener diez años. Una vez llego a la ciudad se sorprendió. Había gente caminando por todos lados, era inclusive difícil pasar entre ellos, más siendo solamente un niño.
Spero había vivido toda su vida en el pueblo, un lugar pequeño en el cual, aparte de su madre, todos eran personas viejas que se negaban a abandonar aquel lugar. Por lo cual, al llegar y mirar gente de todas las edades y en grandes cantidades lo aturdió un poco.
Spero tenía claro cuál era su objetivo en ese momento, llegar a la academia. Aun siendo el pueblo un lugar tan alejado del reino, Spero había escuchado de esta academia por comerciantes ambulantes. Sin embargo, no tenía claro el cómo llegar. Debido a que había pasado toda su vida en un lugar pequeño, pensaba que todos los demás eran de igual manera pequeños, siendo todo lo contrario a la gran Ciudad Central. No paso mucho tiempo antes de que se perdiera.
Spero vago un largo rato en busca de la academia, por alguna razón no había pasado por su cabeza la idea de pedir instrucciones a alguien, o quizá solo era que tenía pena de hablar con otras personas. Las personas no eran ciertamente amenazantes, se miraban hasta amables, pero aun así Spero no podía dirigirles la palabra, era alguien que había estado alejado de la civilización durante un largo tiempo, siendo su madre y unos cuantos ancianos los únicos que hablaban con él. Inclusive caminaba con su mirada baja, lo cual le ocasionaba unos cuantos problemas, chocando con cada cosa que estaba frente a él. Ciertamente Spero era un niño tímido.
Al cabo de unas horas termino llamando la atención de unos guardias, los cuales portaban todo el conjunto de “Guardia”, Espada y escudo; una cota de mallas debajo de una tela reforzada con algunas placas de metal en partes claves; y un casco que cubría completamente su rostro. Los guardias lo habían mirado hacia tiempo rondando por el lugar. Por lo cual, cumpliendo con su deber, se acercaron a Spero.
− ¡Oye! – Grito un de los guardias mientras se acercaba a Spero.
El grito asusto a Spero, el cual pensó que se encontraba en problemas. Acababa de llegar a la ciudad y ya había hecho algo malo. ¿Tire algo? ¿Golpee a alguien? ¿Piensan que robe? ¿Me miro sospechoso? Todas esas ideas pasaban por la pequeña cabeza del niño, que no pudo hacer más que detenerse al momento y comenzar a temblar.
Entonces el guardia lo alcanzo. El corazón de Spero comenzó a latir fuertemente, sentía que se encontraba en problemas… aunque no había hecho nada realmente.
− ¿Estás perdido? – Pregunto el guardia poniéndose de cuclillas al nivel de Spero.
Entonces Spero alzo su mirada, y miro que el guardia no era aterrador, ni parecía estar buscándolo porque él había cometido algún crimen, al contrario, se miraba muy amable esbozando una sonrisa.
− ¿Esperas a tu madre o padre? ¿Buscas a alguien? ¿Te perdiste? ¿Hablamos el mismo idioma? ¿Puedo ayudarte? – Preguntaba el Guardia sin dar tiempo a que este respondiera.
Se acercó el otro guardia y golpeo fuertemente el casco de su compañero.
− Déjalo que hable. –
− Perdón, me deje llevar – Dijo soltando una leve risa.
Spero aún se sentía algo tímido para hablar, y con algo de dificultad logro conjugar una oración.
− La… academia… busco la academia –
− ¡Oh! – Reacciono el soldado – Un nuevo recluta, eh. Así que buscas la academia –
− Es tan… pequeño – Dijo el otro soldado. − ¿En serio buscas la academia? –
Spero ya lo había dicho antes, por lo cual le parecía innecesario el que le volviesen a preguntar, ¿Qué no podían simplemente decirle la dirección?
− Si… busco la academia, quiero unirme a ella – Dijo Spero claramente.
− Si ese es el caso, ¿Qué tal si te llevo? – Dijo el soldado alegre. – Mi turno ya casi acaba, y se está haciendo algo tarde, solo espera a que llegue el remplazo y te llevare allá –
Al parecer el Guardia era alguien confiable. Era relativamente temprano aun, pero aun así se había ofrecido a llevarlo hasta la academia, quizá y solo se encontraba un tanto preocupado por el niño.
− Esta bien… − Dijo Spero, confiando ciegamente en el guardia.
El trabajo de guardia no era muy emocionante que digamos, usualmente solo se encargaban de patrullar alrededor de la ciudad y detener unos cuantos robos. Evitar que hubiera peleas que alteraran el orden y unas cuantas otras cosas sin importancia. Aunque se suponía, eran ellos los que defenderían la ciudad en caso de que la ciudad fuese atacada, lo cual no había pasado en un largo tiempo. La guerra, aunque se intensificaba, no había llegado a tales extremos como lo había hecho antes, los humanos podían mantenerse por su cuenta una vez más.
Paso poco tiempo hasta que llego el reemplazo.
− Buen trabajo – Dijo el reemplazo. – Tomare el puesto desde ahora –
El trabajo del segundo turno, era efectuado desde la tarde hasta la mañana. En si consistía en lo mismo que el otro turno, solamente que era de noche la mayor parte del turno.
− Bien… ¿Nos vamos? – Pregunto a Spero.
El otro soldado que había estado en el puesto con él, que parecía ciertamente más serio, tomo otro camino. Después de todo, él no se había ofrecido a acompañarlos hasta la academia, seguramente volvía a su casa después de un largo trabajo.
− ¿Y porque quieres entrar a la academia? – Pregunto el soldado alegre. Fue directo a lo que le interesaba, no se iba con rodeos.
− Yo… no lo sé – Respondió Spero.
− ¿Cómo no vas a saberlo? – dijo el soldado soltando una carcajada – Por algo decidiste entrar a la academia –
Detrás de todas las acciones había un “Por qué” sin embargo, para Spero no lo había. No era que sintiera el llamado, tampoco buscaba una justicia, simplemente se había quedado solo… no tenía otro lugar al que ir, y en cierto modo, eso fue la mejor idea que tuvo.
− Olvide presentarme. – Dijo el soldado algo tarde. – Me llamo Allen, mucho gusto –
− Spero… − Respondió Spero.
− Bonito nombre – Respondió de vuelta Allen – Así que… ¿Por qué te unes a la academia? –
Pregunto nuevamente Allen, no se había rendido con el tema. Si bien no era algo que le afectara o realmente le importara, quería saberlo.
− Solo no tenía a donde ir – Respondió Spero.
Allen comprendió la situación rápidamente. Por lo cual no quiso indagar más en ello, pero era su deber como adulto instruir a los más pequeños.
− Sabes… − dijo Allen haciendo una pausa – Quizá esa no sea la mejor idea. ¿Sabes cómo es el campo de batalla? –
Obviamente Spero no lo sabía, había tomado aquella decisión más que nada por impulso.
− En la guerra la gente muere. – continuo Allen – Es un lugar despiadado donde las vidas de muchas personas son tomadas. Así que no tomes a la ligera la decisión de entrar a la academia, las personas con una convicción débil son las primeras en caer. –
Una vez entrabas a la academia para jóvenes tu destino estaba sellado, a los quince años, quisieses o no, tendrías que participar en la guerra. Después de todo, te habían instruido para que lo hicieras, no era simplemente para que pudieses presumir de ello, o defenderte en casa con lo que aprendías, la academia preparaba soldados, soldados dispuestos a morir por su Reino.
− Lo se… − Dijo Spero, siento esta obviamente una mentira.
− No… no lo sabes – Respondió Allen en voz baja. La alegre sonrisa que había estado esbozando desde hacía un rato, desapareció.
Siguieron caminando durante un largo rato, en silencio, bueno, lo que se podía considerar como silencio, ya que las placas de la armadura de Allen hacían mucho ruido con el movimiento.
Entonces llegaron a la academia, era ya algo tarde y comenzaba a oscurecerse. Spero se quedó de pie en la entrada al igual que Allen. Entonces este se quitó el casco que cubría su rostro, era más joven de lo que Spero pensaba, o eso era lo que su rostro denotaba. Se puso nuevamente en cuclillas, ya que este era alto, frente a Spero.
− Si no tienes una fuerte convicción, ni pienses cruzar esa puerta. La vida no vale tan poco como para que la arriesgues de este modo – La primera impresión que Spero había tenido de Allen era la de alguien despreocupado y alegre, pero de un momento a otro, este había cambiado a alguien realmente serio.
− Yo… no tengo a donde ir – Respondió Spero bajando el rostro.
− ¿Y crees que encontraras tu lugar en la guerra? – pregunto Allen. – El mundo no es tan pequeño como para que solo exista un camino –
Seguido Allen se puso de pie y comenzó a caminar lejos. Spero se quedó de pie en aquel lugar, dudando sobre entrar o no a aquel lugar, después de todo, su vida se definiría en base a ello.
La imagen de Allen desapareció a lo lejos. Spero no tuvo el valor para regresar a su pueblo, y mucho menos para entrar a la academia. Se sentó en el suelo hasta que se hizo de noche, y seguido cayo dormido.
Spero soñaba con su madre, estando el recostando su cabeza en el regazo de su madre. ¿Qué debería hacer mamá? Pregunta. La madre no responde, después de todo, solo es un sueño. Su madre acaricia la cabeza de Spero suavemente, se siente en paz. ¿Por qué me abandonaste mamá? Pregunta a sabiendas de que ella no lo hizo por decisión propia, su madre era quien más había deseado estar con él. Entonces su sueño acaba.
Despierta con la luz del sol de la mañana. A su vez que escucha alguien llamándolo y picoteando su cuerpo.
− Oye ¿Estas vivo? – pregunta.
Entre abriendo los ojos, nota la silueta de alguien de su estatura. Logra abrir los ojos y frente a él hay un niño mirándolo fijamente rostro contra rostro, este se encuentra flexionando sus rodillas a la vez que sostiene un brazo en una de estas, mientras que con la otra mano le pica las costillas a Spero. Al ver que este abre los ojos, se para correctamente y deja salir un suspiro de alivio.
− Menos mal estas vivo− dice limpiando su frente. – Hubiese sido un problema para la academia el tener un niño muerto en la entrada. Daria una mala imagen. –
Spero se encontraba un tanto aturdido aun, después de todo acababa de despertar.
− ¿Puedes ponerte en pie? – pregunta aquel niño ofreciendo su mano como apoyo.
Spero toma su mano y el niño lo estira ayudándolo ponerse en pie.
− Pesas muy poco… ¿Comes bien? – pregunta el niño con curiosidad.
Hasta ahora, la conversación había sido de un solo lado. Y el extraño niño hablaba mucho, como si tuviese mucha confianza para hacerlo, puesto que ni siquiera se conocían.
− Mmh, si− Responde Spero intentando comprender la situación
− Pues no lo aparentas, ¿Ya desayunaste? ¿Quieres comer algo? –
Aceptar la comida de un extraño era algo que su madre le había dicho no hiciera, pero él no se miraba con malas intenciones, y era solamente un niño. Por lo cual Spero dudaba. Poco duro su duda cuando rugió su estómago, estaba hambriento, no había comido nada hacia un día
− Creo eso es un si − Dijo el niño soltando una fuerte carcajada. – Déjame invitarte a desayunar –
Tomo del antebrazo a Spero y lo comenzó a arrastrar consigo. Es un niño como yo, pero aun así tiene mucha fuerza… o quizá yo soy muy débil. Pensaba Spero. El niño lo arrastro durante un largo tramo, unas cuantas calles sin decir nada. Entonces se detuvo de golpe y se giró.
− ¿Cómo es que te llamabas? – pregunto con mucha despreocupación.
− Sp… Spero – respondió confundido.
Le sorprendía y extrañaba el cómo ese niño actuaba tan tranquilo, todo el tiempo estuvo portando una sonrisa y denotaba despreocupación, tanta que lo había invitado a comer y ni siquiera sabía su nombre. Pero lo que más era extraño del… era…
− Mi nombre es Ciel, gusto en conocerte Spero −
Su cabello blanco.
A Spero le extrañaba ver a alguien con cabello blanco. Quizá en el reino sea normal. Pensaba, pero era todo lo contrario, al igual que para él, para todos era algo nuevo. Café, negro, rubio, era lo normal para ellos. Pero ¿Blanco? Eso sí era algo extraño.
Ciel arrastro a Spero hasta una pequeña taberna, en la cual, extrañamente dejaban entrar niños. Pero era debido a que en esta igualmente servían comida, y la entrada durante el día era para toda la familia.
− ¡Oh! Niño blanco, volviste hoy también – dijo el que parecía ser el dueño del lugar apenas vio entrar a Ciel. El dueño era un hombre de piel un tanto oscura; tenía una mirada que intimidaba al igual que su tamaño; y una musculatura digna de un gran luchador.
− Ya le dije que tengo un nombre, Ciel, deletréelo conmigo C-I-E-L – dijo Ciel algo molesto.
− Si, si, lo que digas blanquito – el dueño sin prestar mucha atención. Entonces giro su rostro hacia Spero y lo miro fijamente de una manera amenazante, frunciendo el ceño. – Veo que hoy no vienes solo…−
Se acercó a Spero y lo miro más de cerca, puso sus dedos en la barbilla y comenzó a inspeccionarlo, mirando todo alrededor de el con curiosidad. Eso era demasiado para el tímido Spero, que estaba muerto del miedo. No hice nada malo, ¿Cierto? No hice nada para molestarlo, ¿Cierto? Al cabo de unos segundos de inspección el dueño se paró correctamente.
− Si, no te conozco – dijo confundido. − ¿De dónde sacaste a este chico, Ciel?
− Estaba frente al cuartel durmiendo, parecía estar muerto de hambre, así que lo traje a comer algo – dijo Ciel.
El dueño puso nuevamente los dedos en la barbilla e hizo una mirada extraña, arrugando las cejas y alzando una de ellas.
− Tú no eres de por aquí, ¿Cierto? – Pregunto el dueño.
− Si… yo… uh… vengo de un pueblo alejado de aquí – respondió con algo de temor.
La mirada del dueño desapareció y sonrió.
− Lo sabía – dijo soltando una carcajada – Debes tener hambre, ¿Quieres comer algo? –
La imagen que Spero tenía del dueño se desvaneció poco a poco. La mirada del dueño ya no le parecía tan amenazante, después de todo, se miraba como un buen tipo
− Yo pagare por el − dijo Ciel
− No hay problema, no le cobraría a un niño – dijo el dueño mirando con una sonrisa a Spero.
 − Pero a mí siempre me cobras −Replico Ciel.
− Tu eres un caso distinto – dijo el dueño.
Ciel siguió alegando que no debería cobrarle a él tampoco, a lo que el dueño hacia caso omiso. Comenzó a caminar a la cocina y puso manos a la obra. Apenas comenzó se podía oler la comida, abría el apetito con el puro olor.
Ciel tomo nuevamente del antebrazo a Spero y lo guio a una mesa.
− Esperemos aquí en lo que esta la comida – dijo.
− Esta bien – respondió Spero asintiendo con la cabeza.
A diferencia de lo que se esperaría de Ciel, se encontraba calmado en la mesa, no mostraba signos de ansiedad, ni nada por el estilo, aun habiendo antes arrastrado a un extraño con él.
− ¿Y qué hacías en la entrada de la academia? – pregunto sin pensárselo dos veces.
− Yo… estaba dudando – respondió Spero.
− ¿Qué dudabas? –
Se acercó el Dueño cargando unos vasos llenos de jugo, y los dejo en la mesa.
− Para que tomes algo en lo que esperas la comida –
− Gracias Dueño − dijo Ciel alegremente.
− Esto tendrás que pagarlo igualmente – dijo el Dueño. La sonrisa del rostro de Ciel desapareció al escucharlo. – Y no indagues más de lo necesario−
Seguido el Dueño volvió la cocina. El olor seguía abriendo el apetito.
− No hay problema si no quieres decirlo – dijo Ciel, de una forma muy madura.
No es que sea algo realmente importante, mucho menos algo que quiera ocultar. Pensaba Spero, pero acababa de conocer a Ciel, y contar sus problemas y aflicciones a un extraño era un tanto… extraño. Añadiendo el hecho de que Ciel igualmente era un niño, que podría saber el.
− ¿Y qué hacías tu ahí? – pregunto Spero, intentando formar una conversación.
− ¿Yo? – Pregunto Ciel. – Salí a tomar el desayuno−
− ¿A qué te refieres? – pregunto Spero que no comprendía a que se refería Ciel.
− En las mañanas salgo a comer en este bar, realmente no me gusta la comida de la academia −
El descubrir que Ciel era parte de la academia sorprendió a Spero. Él sabía que ahí aceptaban niños, razón por la cual había ido ahí en primer lugar. Aun así, era sorprendente, él se imaginaba que un recluta de su edad estaría más… ocupado o sería más recto, siendo Ciel todo lo contrario… aunque igualmente actuaba de forma madura en algunas cosas.
− ¿Eres parte de la academia? – pregunto Spero.
− Si, ya llevo un año en ella − respondió Ciel
La edad mínima para ingresar era diez años, y el ya llevaba ahí un año, por lo cual el debería tener once, aunque quizá y solo era pequeño de estatura y podía tener hasta catorce o quince. Lo estaba tomando como un niño, pero quizá y estaba equivocado, después de todo, era el primer niño que conocía y al ver que eran muy similares, pensó que tenían la misma edad.
− ¿Qué edad tienes? – pregunto Spero, para quitarse la duda.
− Diez años… supongo tú también − respondió Ciel, un cálculo muy acertado.
Entonces si tiene diez años al igual que yo, por lo cual… me está mintiendo. Pensaba Spero. Aunque, ¿Con que razón le mentiría? Se acababan de conocer y no era como si pudiese sacar algo de el con eso.
− Si tienes Diez… ¿Cómo es posible que lleves un año en la academia? – pregunto Spero.
Ciel se rasco la barbilla y desvió su mirada a otro lado, como si estuviese pensando.
− Supongo que insistí lo suficiente para que me dejaran entrar − Respondió Ciel.
Aun sin una razón para mentirlo, creer en lo que decía era difícil, se trataba de una institución de Central, cuyo único requerimiento era la edad, por lo cual no podían hacer una excepción solo porque insistió. Aunque… yo que sabré de este lugar.
− Si no me crees, puedes preguntarle al Dueño − dijo de una forma despreocupada.
Aun con eso, no había forma de creer en el dueño, al parecer se conocían y mantenían una relación similar a la amistad, por lo cual no sería extraño que el mintiese por su amigo.
− Si… − dijo Spero.
− Debes estar pensando en que el Dueño mentiría por mí − por alguna razón, Ciel parecía saber lo que pensaba Spero. – Pero te equivocas, el Dueño es alguien honesto. Si bien, me llevo bien con él, no sería capaz de mentir por una simple broma –
Aun siendo un año de diferencia, el había entrado a la academia, Spero no conocía las circunstancias por las cuales el había entrado a esta, sin embargo, le provocaba mirarlo con un poco de admiración.
− ¿Y tú piensas entrar a la academia? – pregunto Ciel.
La conversación se tornó finalmente a Spero. Pero antes de siquiera responder, regreso el dueño cargando un plato que contenía un pollo completo, parecía estar cocinado con una gran cantidad de especias y bañado en una salsa especial; con puré de papá como acompañamiento.
− Esto… es demasiado − dijo Spero con asombro. Era realmente demasiado para una sola persona, inclusive para dos.
− Supuse tendrías mucha hambre, así que lo preparé especialmente para ti – dijo el Dueño orgulloso de su platillo.
− No creo poder terminármelo – dijo Spero.
− Solo espera a que lo pruebes… − dijo Ciel, mirando fijamente al pollo, se le hacía agua la boca con solo olerlo.
Spero extendió la mano y la postro sobre una de las piernas del pollo, y con una sencillez la pudo arrancar, desprendió un vapor y aroma exquisito. El estómago le volvía a rugir, pero esta vez mas fuerte. Acerco la pierna lentamente a su boca, a la vez que Ciel dejaba caer saliva en la mesa, y el Dueño miraba ansioso. Al encajar el primer diente noto la suavidad que esta tenia; una vez toco su lengua fue una explosión de sabor. Masco con rapidez el primer bocado, era fácil de pasar debido a su suavidad.
− Esta… ¡Delicioso! – Spero no pudo contener su voz ante tal manjar.
El Dueño se miraba orgulloso de lo que había hecho, y el escuchar a Spero alabar su comida, su ego creció aún más.
− Ves, te dije que te gustaría − dijo Ciel limpiándose la boca. − ¿Qué hay para mi Dueño? –
Spero no pudo contenerse, apenas acabo con la primera pierna, fue directamente a la segunda. Encajando los dientes a diestra y siniestra. Delicioso… delicioso… podría comer esto toda mi vida.
− Tu… tu puedes comerte el puré − respondió el Dueño.
No le llevo mucho tiempo terminarse la comida. Tanto Spero como Ciel respetaron la hora de la comida y no hablaron durante esta.
− Gracias por la comida, estuvo deliciosa − dijo Spero una vez termino de comer.
− No hay problema, chico – dijo alegremente el Dueño.
Spero se sentía algo culpable, había disfrutado de una comida tan deliciosa, y no tenía con que pagarle. Tanto, que se podía notar en su expresión.
− ¿Qué pasa chico? – pregunto el Dueño al notar la expresión de culpa en el rostro de Spero.
− Seguro aun te sientes algo culpable al comer sin tener con que pagar – dijo Ciel quien increíblemente siempre sabía lo que pensaba Spero. – Pero no te preocupes, el Dueño dijo que no te cobraría, e inclusive si lo hiciera, yo pagaría por ti. Después de todo, yo te arrastre conmigo −
Eso no ayudaba en lo mas mínimo, solo sentía más y más amabilidad y Spero no sabía cómo responder ante esta. Le agradaba la sensación y el apoyo, pero era simplemente extraño para él. La única amabilidad que había sentido era la de su madre y abuelo cuando aún vivían, y ahora toda la gente que conocía era del mismo modo. ¿Es esto lo normal? ¿Debería aceptarlo sin más? ¿Es lo correcto?
− No te lo pienses tanto chico – dijo el Dueño dándole una palmada en la espalda a Spero. – Si tanto te preocupa el pago, págame cuando puedas –
− Pero yo no tengo con que pagarle – insistía Spero. – No tengo ni trabajo –
− Te ofrecería trabajar para mí, pero este no es un lugar para niños – dijo el Dueño.
− Entonces… ¿Qué tal si vienes a la academia conmigo? – Propuso Ciel.
Esa había sido la primera idea de Spero al llevar a la ciudad, en si esa había sido la razón por la cual había ido ahí. Pero aun así dudaba si era lo correcto o no, no tenía la convicción que le había mencionado Allen. Morir o vivir, eso le daba igual en cierta medida, no era como si alguien lo fuese a extrañar, y era algo muy irreal para él, pero aun así no quería retrasar a los demás por su incompetencia e indecisión en el campo de batalla. Pero aun así sentía la necesidad de preguntarlo.
− ¿Cómo pagare estando en la academia? –
− Sabia que te interesaría – Dijo Ciel – La academia es también un tipo de orfanato. Si bien, muchos de los niños que estudian ahí tienen padres y un hogar, muchos otros no tienen a donde ir, siendo la academia un lugar donde pueden vivir –
Eso era algo de esperarse. Si aceptaban niños, debían poder mantener a aquellos que no tenían a donde ir. Spero igualmente pensaba que ahí era un internado, pero por lo visto estos tenían derecho a salir.
− Y bueno… − Continuo – La academia está equipada con camas y todo lo necesario para cuidar de los niños como si fuese un internado cualquiera, añadiendo un extra –
Los ojos de Ciel denotaron un extraño brillo.
− ¡Dinero! – Dijo Ciel en voz alta.
− ¿Dinero? ¿A qué te refieres? – Pregunto Spero confundido.
− Si, dinero… − Respondió Ciel – Se les da una mesada a los niños que ahí habitan, y esta depende única y totalmente de su desempeño en la academia. Mejorar sus habilidades de combate, aprender más rápido que los demás… todo aumenta tu mesada –
− Pero eso es… −
− Aun no acabo – Interrumpió Ciel. – Sé que puede verse como un tipo de discriminación para los que aprenden más lento, pero es todo lo contrario. Usan el dinero como un tipo de incentivo para que ellos mejoren, que se esfuercen un poco más… pero tampoco dejan que estos se sobre-esfuercen. La gente de la academia no es mala, ellos buscan que sus estudiantes salgan preparados para el día que tengan que luchar. Quizá no se note a simple vista, pero les duele el enterarse de que uno de sus estudiantes murió en el campo de batalla, por eso los preparan lo mejor que pueden… −
Ellos simplemente podrían evitar mandarlos a la guerra… Pensaba Spero para sí mismo. No estaba equivocado, los niños debían ser niños, aun teniendo quince años… seguían siendo niños, y eran mandados a el campo de batalla donde todo era matar o morir. Una cruel decisión por su parte.
− Spero… ¿Sabes cómo es la guerra? – Pregunto Ciel con una voz seria.
− Yo… lo sé – Respondió Spero.
− No… no lo sabes. – Dijo Ciel con una voz seria. – Solo aquel que ha estado en ella lo sabe, inclusive yo no lo sé. Sin embargo, sigue peleando allá afuera por nosotros. Esperando que la profecía se cumpla, y podamos encontrar la paz –
− ¿Cuál profecía? – Pregunto Spero. El había estado alejado del reino durante toda su vida, por lo cual no tenía conocimiento sobre la profecía y el milagro que alguna vez salvo y dio esperanza a la humanidad.
− La profecía del héroe – respondió Ciel – Los humanos íbamos a extinguirnos hace mucho tiempo, pero sucedió un milagro y sobrevivimos. Y según cuentan los más viejos, dios dejo una profecía en una roca, la cual hace alusión a que en algún momento alguien aparecerá y nos guiará a un mundo de paz, un Héroe –
− ¿Tú crees en ella? – Pregunto Spero.
− Quiero hacerlo, por eso entre a la academia. No creo ser lo que se conoce por un héroe, pero… − Ciel hizo una pausa y bajo su mirada por un momento. Entonces continuo – Quiero ser alguien que ayude a encontrar esa paz. –
Para ambos ser niños de la misma edad, tenían pensamientos y resoluciones totalmente diferentes. Ciel era el más sorprendente, teniendo un pensamiento y actitud algo maduras para su edad, mientras que Spero era alguien con dudas que un niño no se pensaría tanto.
Escuchar las palabras de Ciel inspiraban un poco a Spero, sentía como si tocara su corazón aquellas palabras tan sinceras. Él decía no considerarse un héroe, pero tenía el corazón de uno. Pensando en el bien mayor antes que el suyo. A la vez que lo inspiraban, lo hacía sentir patético. Esa es la convicción a la que se refería Allen.
− Yo… no tengo una convicción tan noble – dijo Spero. – Llegue a esta ciudad con intenciones de unirme a la academia, pero… no tengo un propósito tan noble. Solo hui de mi pueblo, no pude aguantar el dolor de estar ahí, y no pensé en un lugar mejor que la academia… por el simple hecho de que aceptaban niños –
Por fin lo había dicho, Spero había dicho la verdadera razón por la que se encontraba ahí.
− No tienes que tenerla – Respondió Ciel – Eres solo un niño… no intentes poner una carga tan pesada sobre ti –
Las palabras de Ciel no eran ciertamente las de un niño, era las de un adulto. Se refería a Spero como un niño, pero él también lo era. ¿De dónde sacaba tanta confianza? ¿Cómo era capaz de decir esas cosas? ¿Por qué eran tan tranquilizantes sus palabras?
− Si no tienes un lugar al cual ir, entra a la academia – dijo Ciel – Si temes a luchar, entonces te ayudare a salir cuando decidas que hacer de tu vida –
− Porque… − pregunto Spero − ¿Por qué te preocupar por mí? –
Se habían conocido hacia no más de una hora o pasadas, y este ya lo trataba con confianza e inclusive le brindaba apoyo. El dueño solamente sonreía al ver como hablaba Ciel, y lo hizo aún más cuando Spero hizo la pregunta.
− No tienes por qué preguntárselo – Dijo el Dueño – El simplemente es así –
Inclusive el Dueño aceptaba que Ciel era muy amable. Y al parecer esto era su forma de ser.
− Y si no quieres eso, puedo ayudarte a encontrar otro tipo de empleo, conozco bien la ciudad – Sugirió Ciel.
Ciel comprendía bien la situación, durante toda la conversación el parecía saber que era lo que pensaba Spero. Y era por esto, que no intentaba forzarlo a tomar una decisión, tampoco tocaba temas que fuesen delicados, como por qué huyo de su pueblo y que era lo que le dolía. Aunque esto último era un tanto obvio.
− O ya de ultimo… puedo mantenerte – dijo sonriendo – Pero no pienses que es una propuesta de matrimonio, no tengo esos gustos –
Ciel comenzó a reír a carcajadas. Todo lo que decía era muy amable, y sin pensar en el mismo. No ganaba nada ayudándolo, pero aun así buscaba una forma de hacerlo.
− Así que no tienes por qué preocuparte – Dijo Ciel.
Se puso de pie y se acercó a Spero. Con una sonrisa y mirada cálida, extendió su mano hacia Spero. De todas las personas que había conocido, Ciel era el que más brillaba.
− Solo confía en mi −

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